A pesar de todo, no puedo, como Peter Pan, negarme a crecer. Y este 2012 me lo ha demostrado cuando, hace unas cuantas semanas, leía las noticias –en varias páginas e idiomas para asegurarme de que era cierto- sobre la deuda de Disneyland Paris.
Esto es lo que ocurre cuando uno pretende hacer un trabajo medianamente serio: que no puede hablar sólo de la comodidad de los hoteles, de lo divertido de las atracciones o de lo interesante de las películas. En fin…
Pero la noticia me dolía especialmente por dos motivos: el primero de ellos porque a lo largo de 2012 siempre he tenido muy presente que se estaba celebrando el vigésimo aniversario desde que se instalara en la capital francesa una sucursal de la Factoría de la magia. No era el momento de hablar de dinero.
Tras la nubes sigue estando el sol
El segundo motivo ha sido el que quizá haya provocado este escrito: nada, absolutamente nada debería enturbiar la Ilusión, esa que se escribe con mayúsculas. Y, por supuesto, dentro del infinito conjunto que encierra la palabra “nada”, se encentran los –condenados- euros.
Nada ni nadie debería distorsionar la magia: la que veíamos a través de los ojos de un niño, hace ya un tiempo, o la que un servidor sentía correr por el alma y la espina dorsal cuando recordaba sus visitas al parque para asegurarse de que Mickey Mouse sigue ahí, como un guerrero de terracota, impidiendo que los saqueadores se lleven el significado de Disneyland París.
A lo largo de los meses que llevo compartiendo datos, pensamientos y, sobre todo, sentimientos en estas líneas, me he dado cuenta de que, por más que los Golfos Apandadores traten de robarme lo que en mí queda de niño, tal vez para vendérselo al Tío Gilito, tal vez para esconderlo en el Cofre del Hombre Muerto, siempre hay alguien o algo que se lo impide.
Un espíritu inextinguible
Puede que la sonrisa de Mickey, la torpeza de Donald o los gestos afectados de Minnie. Tal vez Jack Sparrow sea mejor persona de lo que quiere que creamos y se niege a cometer el delito de receptación de almas. O quizá el espíritu de Peter Pan sea más fuerte de lo que pienso en mi interior.
El caso es que, tras sobrevivir al holocausto maya (no era para tanto, la verdad), creo que 2013, a pesar de que soy un tanto supersticioso, no va a ser tan malo. Prueba de ello es que estoy seguro de que dentro de un año, la luz que creó Walter Elías Disney seguirá iluminándome el corazón. A pesar de todo.