Por qué gastarse algo más

Estamos de acuerdo en que alojarse dentro del resort de Eurodisney es más caro. Sin embargo, los hoteles de la franquicia siempre tienen clientela ¿Cómo es posible? ¿Por qué lo más caro, en esta ocasión, vende?

Pues… en mi opinión, visitar Eurodisney  y pernoctar fuera de complejo es como ir  Nueva York y alojarse en Nueva Jersey porque es más barato, o aspirar a conocer el Madrid antiguo, pero dormir en Majadahonda porque nos ahorraremos unos euros. Que no es lo mismo. Ni parecido.

Además, visitar los parques parisinos y no permanecer en sus instalaciones –entiéndaseme: hoteles- le resta muchísima magia a la experiencia, tanto a la hora de dormir como a la de despertarse, sobre todo si nos acompañan niños, sean pequeños o grandes.

Es lo mismo… pero no es igual

No vamos a negar que un hotel a unos pocos kilómetros de los parques te ofrecen los mismos servicios –algunos, más- que cualquiera de los que dependen o tienen un acuerdo con la casa Disney. Pero no nos equivoquemos: las ventajas los hoteles del resort son muy atractivas:

Por ejemplo, el Fastpass que nos evita todas las colas, las ofertas en las tiendas oficiales (cuyas adquisiciones, por cierto, nos llevarán al hotel si así lo requerimos) y los privilegios que adquiriremos por ser clientes de estos alojamientos están por encima del sobreprecio.

Por encima del dinero

Claro que, mucho más allá de las compras, de evitarnos colas, de descuentos y prebendas, se encuentra la magia: si nos acompañan niños pequeños o grandes, o si nosotros mismos no somos otra cosa que niños con la edad suficiente para reservar un hotel y el dinero para pagarlo, hemos de penar en La Palabra.

Es el Leitmotiv de cualquier lugar, producción o producto salido de La Factoría. La Palabra es “magia”. Alojarse en un hotel ambientado, pongamos por caso en el Viejo Oeste y que todo en él nos haga viajar allí va a incrementar exponencialmente la diversión.

Bufet libre de ilusión

Aunque he de reconocer que hay algo que me gusta por encima de todas las cosas, algo que activa mi “magiómetro” hasta ponerlo al rojo. Eso de levantarme, arrastrarme a la ducha y dejar que me caiga el agua encima (no considero que me estoy duchando si no soy consciente de la temperatura del agua) no me activa hasta que no me he metido un café y unas tostadas entre pecho y espalda.

El caso es que ver cómo Mickey Mouse me saluda mientras trato de distinguir el color y sabor de mi tostada, me alegra mucho el día y hace que pagar esos euros de más valga infinitamente la pena.